Todos hemos escuchado hablar del “exitosísimo” Carlos Slim. Y por lo regular lo oímos a través de alguien que lo admira o sueña con copiarle una fracción de su éxito. Hay quienes estudian su vida, buscan descifrar su “método” y encontrar la famosa clave del éxito.
Pero vale la pena mirar algo básico: Slim ganó muchísimo a través de tarifas exorbitantes, en un país donde la gente no tenía a quién acudir, dónde quejarse ni con quién comparar precios. Durante años nuestros padres y abuelos pagaron servicios con precios hasta veinte veces más que en países vecinos, y lo más fuerte es que lo normalizaron.
La competencia podía entrar a ofrecer servicios al país, pero operar era otra historia. Solo después de décadas el mercado empezó a abrirse.
Ahora pregúntate esto: ¿Ese es el trabajo de un empresario admirable? ¿De verdad lo aplaudirías? No tengo nada en contra del éxito económico. Al contrario. Cada uno tiene derecho a crecer en sus propios términos. Pero vale la pena revisar nuestro significado de “éxito”.
Aquí viene la parte importante: Lo que celebramos afuera moldea lo que permitimos adentro. Y tarde o temprano las consecuencias las recibimos todos. ¿O todavía crees que estamos separados?
No te digo a quién admirar, solo te invito a que seas consciente del tipo de mundo que estás alimentando cuando decides a quién entregarle tu respeto.




